Dandelion

Pasmada. Dicen mis amigas que así me ven. Pasmada, pienso. Quieta. Atónita. Estupefacta. Te quedaste como en pausa, me dicen. Han pasado 36 días desde que empezamos a encerrarnos. Han sido complejos, trastornados y trastornantes. Aprieto los dientes. Cuesta trabajo expresar tormentos. Duermo mucho. Duermo mal. Un agotamiento nos invade por horas. Se necesitarán vacaciones del encierro, que no sabemos si un día termine del todo. Recién vamos conociendo una nueva forma de vida. Y de muerte. 

Ahí están los libros, los discos, los cuadernos en blanco listos para ser llenados. Ahí están los utensilios y los ingredientes listos para ser cocinados. Las telas que se pueden bordar. Los lienzos que se dejan acariciar por el pincel. Ahí están las rosas, abriéndose, en su majestuoso color, listas para ser retratadas. Tan basta nuestra posibilidad de producir algo, lo que sea, lo mínimo o lo máximo pero algo. Algo que nos haga sentir útiles, algo que nos deje en claro que estamos aquí para trascender. 

Todas las mañanas me lavo las manos antes de preparar café. Todas las mañanas me trueno los dedos de las manos, mientras me baño. Me gusta sentir el agua caliente se desliza en mi piel, en mi pecho, en mis piernas como en cascada balanqueña. El café, el baño y el trago vespertino, son los elementos básicos del día. Aparte claro del agua, las comidas y lavarse las manos. 
Todas las mañanas me propongo ser más productiva que el día anterior. No lo logro del todo, a veces claudico cuando me gana el sueño del vacío. 

Los dientes de león siempre están así, quietos, como pasmados. Se desmoronan cuando se les sacude. 




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